Testimonio anónimo.
Si algo he aprendido en las últimas décadas de mi vida es que existen muchas formas en que las personas aprenden a lidiar con sus sentimientos. Hay quienes dañan a otros, algunos se aferran a substancias como el alcohol o las drogas, como también hay unos pocos con la suerte de poderlos expresar. Yo opté por hacerme daño, hace varios años cuando no pude continuar reprimiendo mis sentimientos la anorexia me extendió una mano y yo, al no encontrar otra alternativa me aferré a ella. A través de un largo proceso de 11 años que incluyó terapias psicológicas, consultas con extensa variedad de médicos y nutricionistas, luchas internas para decidir que comer, que cantidad de ejercicio hacer y hasta estar internada en dos centros de rehabilitación para personas con desordenes alimentarios, me he dado cuenta que mi anorexia era un arma de cedación.
Al no ingerir suficientes calorias mi cuerpo comenzó a usar las escasas reservas que quedaban para actividades elementales como caminar, hablar y respirar. No me alcanzaban las energías para pensar, reír o sentir. Me cansaba mucho y tenía muchos síntomas incómodos, pero soportarlos era mucho mas fácil que registrar mis sentimientos.
Todo comenzó por una dieta y un régimen de ejercicio muy estricto mientras estudiaba fuera del país. Dos años después continuaba comiendo muy poco y con mi rutina de ejercicio, me mareaba con frecuencia, tenía fuertes dolores de cabeza y tenia dificultad para concentrarme. En la superficie, aunque estaba mas delgada, parecía emocionalmente bien, pero en realidad me sentía muy sola, incompetente, triste y con mucho miedo. Para colmo terminé con un novio y mi enfermedad se agravó.
Al fin llegó la ayuda, mis papás me visitaron pues sospechaban que algo andaba mal, al verme pudieron confirmarlo y me llevaron a donde una nutricionista que me refirió a una psicóloga, con la ayuda de ellas y la de mi mamá que se quedó cuidándome terminé mi semestre, para luego entrar al primer Centro de Rehabilitación, en donde por primera vez en mucho tiempo me sentía entendida y que habían mas personas como yo en el mundo. Por supuesto que fue muy duro, pero con la ayuda del personal y las demás pacientes, sobreviví y logré salir adelante.
No estaba totalmente recuperada, todavía me costaba mucho ir a restaurantes, salir con mis amigos y me sentía rara, tampoco pude regresar a la universidad ese semestre. Después de 8 meses regresé a la universidad, me gradué, regresé a casa, siempre apoyada por terapeutas y nutricionistas expertas, pero no lograba recuperarme del todo, tenía muchos altibajos, síntomas físicos y emocionales y la anorexia seguía dirigiendo mi vida y afectando la vida de mi familia.
Mi mamá insistía en que yo debería regresar a un centro de rehabilitación y yo quería sacar mi maestría en USA, incluso me gané una beca completa, pero mi mamá se puso firme en que yo debía regresar a un centro antes de marcharme a vivir sola otra vez. Fue entonces que entre a mi segundo centro de rehabilitación en donde estuve cuatro meses interna. Al salir de este centro me sentí muy agradecida por el apoyo y orientación recibida, con muchísimos recuerdos, algunos alegres y otros amargos, pero cada uno de ellos me condujo a mi recuperación. Dejé este centro maravillada ante la voluntad del personal de ayudarme a dar los pasos precisos para dejar atrás mi trastorno alimentario.
Sin embargo, fue hasta llegar a mi casa y empezar a re-conectarme con “mi vida real” que pude medir magnitud del impacto positivo que tuvieron esos cuatro meses de mi vida en el Centro. Pocos días después de mi regreso logré hacer varias de las actividades que no había podido hacer durante los 11 años que viví presa de de mi anorexia. El centro me dio las herramientas que me ayudaron a dejar mi rigidez, a salir a cenar con mis amigos, a tener energía para hacer caminatas y disfrutar de la naturaleza, a involucrarme en las conversaciones familiares, a quedarme en la fiesta hasta tarde si la ocasión lo a meritaba, a aceptar planes inesperados, a comer las galletas de mi mamá y a disfrutar la compañía de mi perro incluso cuando me quería robar mi comida. Aprendí a volver a vivir, a afrontar mis problemas de forma sana y a aceptar mis errores y mis éxitos.
Quisiera que la gente comprendiera que la anorexia es una realidad y que no se trata de querer verse bien. Se trata de sentimientos y problemas emocionales mucho mas profundos y dolorosos. También quiero que se sepa que la recuperación es posible y una realidad si se tiene el deseo, el apoyo de profesionales preparados para el tratamiento de los TCA y el apoyo incondicional de la familia.
A todos los que han sido atrapados por un TCA les deseo de todo corazón su recuperación, nadie ha dicho que es fácil pero si, es posible.