Luís Blanch
Vicepresidente de la ACAB y padre de una chica afectada por un TCA.
Habíamos aceptado formar parte del entorno de los TCA, cosa que habíamos rechazado anteriormente cuando comenzó a dar señales de vida en mi hija unos meses antes. Nos resistíamos a pensar que nuestra hija, aquella niña «top», magnífica en sus estudios, primera en el deporte, en los idiomas, en la música, con una vida social intensa –en definitiva, la hija que cualquier padre podría desear, había sido secuestrada por un monstruo invisible que la estaba destrozando.
El aceptar esta realidad, fue como si estando sentados en el salón de nuestra casa viendo la TV, de golpe, sin saber por qué ni de dónde, nos cayera una bomba en medio destrozándolo todo, destrozando nuestras vidas.
Mi hija inició el tratamiento y como familia la acompañamos de forma intensiva para conseguir el objetivo: SU RECUPERACIÓN. ¡Cuántas preguntas sin respuesta surgieron esos días! Quería información, saber cuál era el mejor centro para ingresarla, saber dónde estaban los mejores profesionales para tratarla, cuánto tiempo era necesario para su recuperación, etc. Lamentablemente, no había respuestas, porque la recuperación de un TCA, como enfermedad mental, no se puede predecir. Depende de cada persona y de muchos otros factores no controlables, pero solo pensar que una de las alternativas podía ser que no se curara nunca, nos destrozaba y nos creaba un pánico que muchas veces nos hundía en la depresión y el desánimo.
Durante su tratamiento, nuestras vidas cambiaron totalmente y tuvimos que incorporar extraños hábitos a nuestro día a día, muchas veces con resignación y enfado, por falta de entendimiento. Pero concluimos que, si los profesionales a cargo de su recuperación los establecían, [o los imponían], por alguna razón sería. Decidimos creer en ellos y seguir sus normas al pie de la letra. Ahora creo sinceramente que esto fue parte del éxito de la recuperación de mi hija, a pesar de que en algunos momentos tuvimos que convertir nuestro hogar en una especie de cárcel y a nosotros en sus carceleros.
Al cabo de un par de años, empezamos a ver algunos resultados positivos, aunque también recaídas importantes. Mi hija empezó a recuperar de una forma diferente un poco de aquella vida que le habían arrebatado (amigos, estudios, relaciones, vida social, etc.). Todo muy controlado, pero empezábamos a ver luz al final del túnel.
Tuvieron que transcurrir otros dos años y medio más hasta que mi hija tuvo el alta definitiva. Fueron cuatro años y medio de sufrimiento y dedicación exclusiva a la recuperación de mi hija, pero entre todos conseguimos, primero debilitar al monstruo, y después, aniquilarlo. No fueron tiempos fáciles, pero ahora que ya han pasado más de tres años desde su recuperación y que nuestra hija tiene una vida totalmente normal, nos damos cuenta de todo lo que aprendimos: Nos volvimos más permisivos, más empáticos, más tolerantes y más comprensivos. Muchas cosas que en su momento tenían una importancia extrema, ahora son totalmente secundarias o carecen de ella. Me gustaría pensar que nos volvimos más personas y que hemos conseguido aislarnos de este entorno tan exigente en el que vivimos y que pretende ser modélico y, en muchos casos, cuestionarlo, aunque solo sea un poco.
No fueron tiempos fáciles, pero ahora que ya ha pasado, nos damos cuenta de que alguna cosa aprendimos de aquella experiencia: nos volvimos todos más permisivos, empáticos, tolerantes y comprensivos.
«Hay luz al final del túnel» podría ser la historia de una guerra contra un enemigo desconocido, contra el que luchamos durante un tiempo. Una guerra que pudimos afrontar con las mejores armas: reconocimiento y aceptación del problema por parte de nuestra hija, predisposición absoluta y entrega de nuestro entorno más cercano en colaborar con el tratamiento y, cómo no, imprescindible, el hecho de contar con un centro especializado en tratamientos de TCA que nos guio en la batalla. ¡Y vencimos!
Quiero resaltar que este entorno cercano (padres, madres, hermanos, abuelos, tíos, tutores, en definitiva, familia y amigos más íntimos) debe tener permanentemente las baterías cargadas, ya que el acompañamiento en el tratamiento a la persona afectada puede ser muy duro y consume mucha energía. Debemos, por tanto, ser pacientes y no perder la calma, y por eso los cuidadores han de estar en unas buenas condiciones anímicas y fuertes de mente para afrontar la situación. Cuando veamos que nuestras energías se están agotando, busquemos sustituto que nos reemplace para reponer nuestras energías.
Cuatro años y medio y la luz al final del túnel apareció. Un largo recorrido, intenso, agotador, pero finalmente con recompensa, porque hay curación.